Lo de In Game Experience de ESL España fue una pasada. Equipos de primer nivel, jugadores que no fallan, público por todas partes… y todo girando en torno a lo mismo: competir en tiempo real, sin margen de error. Para nosotros, eso significaba una cosa clarísima: el WiFi para eSports tenía que estar a la altura. Nada de cortes. Nada de lag. Ni una sola queja. Y así fue.
Con una red normal, ni de broma. Desde el principio supimos que había que hacer algo serio. Miramos el espacio con lupa, analizamos todo lo que se iba a necesitar y diseñamos una red adaptada al milímetro. Porque claro, con cientos (o miles) de dispositivos conectados a la vez, no te la puedes jugar.
Así que nos pusimos manos a la obra: instalamos los puntos de acceso justo donde hacían falta, ajustamos los canales para que no se solaparan entre sí y organizamos las conexiones según el tipo de uso. La idea era una: que los jugadores se pudieran concentrar al 100 % sin pensar ni un segundo en la conexión.
Y para los streamings, tres cuartos de lo mismo. Alta definición, cero interrupciones. Además, teníamos claro que todo el mundo iba a estar compartiendo en redes, así que nos aseguramos de que tampoco hubiera fallos ahí. Porque si pasa algo épico, hay que poder subirlo en el momento.
La experiencia se nota. Sobre todo cuando arranca el evento y todo se conecta a la vez. Es justo ahí donde sabes si lo que montaste está realmente preparado. Y lo estaba.
Durante todo el evento estuvimos encima: vigilando que todo fuera bien, ajustando cosas sobre la marcha, resolviendo lo que surgiera en segundos. Nada se dejó a la suerte.
¿Y el resultado? El que queríamos: ni una interrupción, transmisiones limpias y un entorno donde los jugadores solo pensaban en ganar. Mientras tanto, los organizadores pudieron centrarse en lo suyo: que todo brillara.